El terror blandito

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Pensé que era un buen día para comprar una esponja y ahora voy a morir.

No quiero pecar de exagerado, pero la situación es compleja y turbadora y de poca risa. Esta mañana he pensado que ya iba siendo hora de sustituir mi esponja de baño, puesto que se encontraba reducida a un gurruño informe que no permitía una correcta utilización, y al final siempre tenía que recurrir a una frotación manual, sobre todo en la parte que comprende las ingles y los huevos por detrás hasta el culo, sin dar muchos detalles.

Así pues, he ido al supermercado y me he hecho con una esponja. Parecía una esponja cualquiera, graciosa incluso. He recuperado su envoltorio, es éste:


Como se puede observar, ofrece una "higiene divertida para los más pequeños", y a mí la higiene sólo me gusta cuando es divertida, no cuando es aburrida y sórdida y tiene que ver con cambiarse la dentadura y cortarse las uñas. Por otro lado, me he sentido bastante rebelde desafiando las leyes del marketing y comprando un producto del cual no soy target comercial, al no pertenecer a "los más pequeños". De hecho, me he sentido tan rebelde que me han entrado unas ganas irrefrenables de votar a UPyD, pero como no es día electoral pues no he podido.

Por si estos no fueran motivos suficientes para comprarla, la esponja tenía forma de gato pequeño sonriente. De gatete. De GATETE CHICO.
Un gatete bicolor, azul por un lado y rosa por el otro, con el terrible peligro de que un día laves al niño con el lado rosa y se te vuelva bujarras, o laves a la niña con el lado azul y se te vuelva puta, porque ya sabemos que en España el equivalente femenino de maricón es puta.