Batalla épica en Madrid

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Hace poco, en una hermosa tarde primaveral, me hallaba de camino a casa tras realizar alguna actividad que no recuerdo pero que seguro fue divertida y provechosa. Todo en mi barrio era felicidad, los vecinos me saludaban al pasar como hacen siempre, las vecinas me invitaban a sus casas como hacen siempre, los niños que correteaban en el parque me sonreían mientras se columpiaban, y los pájaros volaban grácilmente cantando canciones de pájaros. Varios abuelos jugaban a un juego ligeramente estúpido que no reconocí, y las mujeres de los que no eran viudos celebraban las acciones de mérito. Incluso un drogadicto que estaba sentado en su banco de siempre se dirigió a mí en estos términos: "poquepasacolega mecagoenmivida tronnco", y yo obvié el hecho de que no soy su colega para devolverle un saludo cordial, a él y a su madre que estaba sentada también dándole pipas.

El ambiente era muy agradable por tanto, casi diría que bucólico, cuando aparecieron en escena los que a continuación serían mis rivales en una lucha sin cuartel. Una señora de aproximadamente 40 años y su mascota, un perro de tamaño mediano. No era uno de esos perros-rata o perrillo faldero, pero tampoco era un perro grande de los que salvan a esquiadores atrapados bajo aludes. Dadas las características mediocres tanto del perro como de la dueña, no les presté atención, hasta que el vil can comenzó a ladrarme.

Poco a poco avanzaban ambos hacia mi posición, el perro ladrándome y la dueña callada, pensando en dios sabe qué receta de guiso con legumbres. Yo supuse que ella detendría al perro, teniendo en cuenta que es su obligación legal llevarlo con correa, una norma flexible si el perro se comporta bien y no molesta a la gente. Pero éste no, éste era una bestia del averno que deseaba morderme la yugular para después devorar mis órganos internos y dejar los restos para el guiso de legumbres que ya he citado. Miré a la señora para darle a entender que su mascota me estaba molestando y que debía sujetarlo por el bien de la paz, sin embargo ella hizo caso omiso y dejó que el animal continuase con su agresivo acercamiento a mi persona.

Los guionistas se suman al jolgorio

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No pensaba escribir una continuación del artículo "Fotógrafos cachondos", pero me he visto obligado a ello después de ser espectador de unos sucesos cuanto menos intrigantes en el programa La Ruleta de la Suerte.

Mis amigos de Antena3 han decidido recuperar para su programación este concurso, que tiene ya muchos años y del que se han debido hacer versiones en 200 o 300 países, incluídos Rumanía y Togo. Supongo. Para el que no lo conozca, se trata de una puta mierda en la que tres anormales tratan de adivinar frases secretas mientras hacen girar una ruleta que les puede llevar a grandes premios tales como 50, 100 o 150 euros. Es cierto que no es mucho, pero es más de lo que ellos ganarían en un trabajo acorde a sus capacidades.